miércoles, 12 de agosto de 2015

La subconciencia turfística. Por Last Reason



La subconciencia turfística


     Dificulto que Uds. sepan lo que es la subconciencia y, desde ya, les prevengo que están arreglados si cuentan conmigo para salir de dudas, porque yo estoy completamente a oscuras de lo que puede ser la palabrita. Uds. se preguntarán a qué diablos viene esto de meterme ahora a tratar un asunto que desconozco por completo; contestaré la pregunta antes de que se formule. La subconciencia es, hoy por hoy, una palabra de moda; todo el mundo la emplea venga bien o mal; todo el mundo anda a las vueltas con ella y me parece que por muy reo que uno sea, tiene derecho de andar a la moda. Por otra parte, nosotros, acostumbrados a penetrar en las profundidades de los programas y a sacar incógnitas complicadísimas, no nos va a ser muy difícil dar con el sentido exacto del término en cuestión. ¡Se va a escapar si es brujo!
     Todos sabemos lo que es la conciencia: es un bichito entrometido y fastidioso que llevamos prendido allá adentro y que nos trabaja de zapa para castigarnos de las perrerías que le hacemos a la donna, al amigo o al bolichero. Bien: la subconciencia tiene que ser algo que está debajo de la conciencia, por la misma razón que el subterráneo es un bicho que camina debajo de la tierra, y el submarino debajo del mar.
Admitido que la sub está debajo de la conciencia, admitamos también que la sub es quien mueve los títeres; siempre lo de abajo hace mover a lo de arriba; ejemplos, las patas de los caballos, los caminantes del hombre, etc. Sabemos ahora que todos esos corcovos del espíritu, instintivos, espontáneos, no son otra cosa que la subconciencia en movimiento y por analogía, cuando nos sentimos sacudidos por un pálpito, como “me parece que voy muerto con Sforza” o “a Felino se la vuelven a dar otra vez”, estamos en presencia de la subconciencia turfística.
     Vean Uds. cómo, por un simple trabajo al freno, hemos salido de dudas respecto a un punto interesante y sobre todo, de moda. De manera que desde hoy cuando Uds. sientan una inspiración repentina, clara, evidente, no digan, al uso antiguo: “tengo un pálpito bárbaro de que esta noche me rebusco en la compuerta”; sino, elegantemente… “La subconciencia me dice que voy a ganar en la escolasada nocturna.”
     Lo extraordinario de todo esto es que por muchísimos años hemos vivido en la más profunda ignorancia de estar haciendo vida marital con esa distinguida dama; ¡y ella, la pobre, siempre fiel, siempre al servicio de los torpes que la aprovechaban sin siquiera darse cuenta del trabajo de la incógnita! Porque nadie podrá negar que la subconciencia , es quien nos saca en ancas la mayoría de las veces. ¿Cómo, si no, se aciertan los batacazos de cien pesos? ¿Quién es el gaucho que va a tener datos de la clase de Costa Rica, Jócoli o Fournier? Nadie. Es ella, la subconciencia, la que obliga al catedrático a dejar la lógica, el dato, la indicación periodística, y embarcarse en el tren de carga de lo imposible. Cuántas veces sentimos que una idea fija se apodera de nosotros, de que una voz secreta nos dice al oído con insistencia: “juega al número once… juega al número once…” Y uno se hace el sordo y quiere sacarse la obsesión molesta de la voz batidora; pero no puede. “¿El once –dícese uno–, y por qué el once, si el que gana es el cuatro?” Y se va a las ventanillas del cuatro y saca la menega… y la voz interior sigue diciéndonos bajito, bajito, pero persuasivamente: “Al once… tonto… al once…” ¡Bah! Pavadas a un lado; se decide, y la plata va al cuatro, que es fija, que debe ganar… Vuelve uno a la tribuna y la voz insiste… “Te sacaste el gusto, jugaste al cuatro? Bueno, pues te vas a arrepentir, porque el que gana es el once, el once, el once…”
     Y entonces uno, loco ya, para hacer callar a la impertinente campanita, va, le hace el gusto y saca un boleto al once, sabiendo que va muerto, sabiendo que no hay nada que hacer contra el cuatro, pero… siquiera para hacer callar a la voz misteriosa y secreta que viene no se sabe de dónde, y que, por último tiene razón, porque el once ¡milagro, portento! el once gana y reparte un sport colosal, mientras el cuatro queda modestamente pidiendo la raya a gritos allá por la tribuna de madera. Entonces, el catedrático, torpe y pedante, se olvida de la consigna anónima y se va en busca de todos los amigos con el boleto del once en la mano, para que vean lo sabio que es, y lo mucho que vale su intelecto.
     Este fenómeno se manifiesta muy a menudo en las mujeres; en ellas la subconciencia se agudiza a fuerza de ejercicio, porque es sabido que las mujeres todo lo hacen por pálpito, por corazonada, por impulso súbito como cediendo a una inspiración… que no es otra cosa que la subconciencia en tren de sibila consejera. ¿No recuerdan Uds. haber observado el hecho extraño de que las mujeres dan noventa veces en el clavo y sólo diez en la herradura? Pues crean que eso es debido a que se dejan guiar por la voz interior que les dicta la conducta a seguir, conducta que no siempre es la más honesta, ni la más sabia, ni la más justa, pero que, en resumidas cuentas, es la que mejor se aviene con las circunstancias futuras. Por todo lo cual, el infrascripto aconseja a sus lectores que se tienten con un lance subconciente, y, el domingo, en vez de jugar la plata a la baqueteada y casquivana lógica, se abandonen panza arriba a la voz de la inspiración, haciendo la plancha sobre el mar de fijas, de datos y de papas. Que la percanta les haga una lista de los caballos que le dicta la subconciencia, y a ver lo que sale.
     Ahora, el que no tiene percanta…


         Relato del libro “A Rienda Suelta” (1925) de Last Reason (Máximo Sáenz).

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