lunes, 10 de agosto de 2015

Stud Pobre. Por Last Reason





Stud Pobre

     Frente al magnífico stud de cincuenta boxes cuya fachada hace sombra hasta la otra acera, el viejo stud del viejo don Pedro aguanta, quién sabe cómo, sobre el suelo, las miserias de sus paredes agrietadas y ruinosas. Tapera casi, el frente ha perdido el revoque y argamasa mostrando el ladrillo carcomido como muestra una osamenta las costillas peladas.
     Adentro, la incuria que acompaña casi siempre a la pobreza: arreos resecos por la intemperie, botines rotos colgados de un clavo, gallinas que picotean y van sembrando el patio con abono de vivos colores. Los boxes, todos de madera, hace años que aguardan la mano del pintor y del carpintero: hendijas que parecen boquetes dan salida al olor fuerte del estiércol que al juntarse con el acre del orín obligan al visitante a apretarse las narices y el gorro. ¿Dije visitantes? ¡Diánde!, como dice Don Pedro. ¿Quién va a visitar al pobre stud donde no relincha más que un tungo valetudinario y una potranca de 1.200 mangangases? Mejor así. De este modo la miseria no tiene ocasión de avergonzarse, y la vieja Isidora, la patrona, puede lavar sus cacharpas tranquila. Los dos peones que constituyen el estado mayor y el menor del stud, están al unísono con el ambiente: uno, el loco Benito, es un ente de pinta miserable, cuya idiotez primitiva se ha ido acentuando gracias al alcohol del bolichero; el otro, Piojito, es un tape sordo como un millonario, y bruto como un cafre. En ninguna parte darían entrada a peones como esos; sólo un stud donde la plata entra en monedas de cobre puede dar albergue a tales acémilas, pero… don Pedro no puede con todo el trabajo y se ahorca con la soga que encuentra. Lo más triste de todo, es el contraste brutal de esta miseria trágica con la abundancia que rebosa en el palacio de enfrente, cuyos peones salen a la puerta endomingados “como dotores”, al decir de Isidora. Cuando entra pasto al stud rico, los del stud pobre cierran la puerta para que el olor no enloquezca a la yunta mal comida, que mordisquean las maderas de las puertas, verdes años atrás.
     Yo voy de cuando en cuando a dar un poco de charla al viejo Pedro y a chupetear el mate flojón que ceba doña Isidora. Los pobres deben juntarse al hacer campamento. También hay de por medio otra cosa, pero… de ojo, no más, y la otra cosa es Sandalia, la hija de los viejos, quien, a pesar de su pedestre nombre tiene unos ojos que están pidiendo una zamba, y unos encuentros como para perderse… ¡Cha que Sandalia para un pie defectuoso como el mío!
     Don Pedro me ve llegar sobrándome.
-¿Qué andará haciendo el gurí por estos ranchos? ¿Viene a que le dé una fija de la casa?
-No viejo, vengoa  prosiar, nomás.
-Dentre entonces, y péguele un chiflido a la vieja pa que ensille un amargo.
-Debe estar ocupada en el fondo. ¿Es lo mismo si le chiflo a Sandalia?
-Chiflá cuando te pierdas y dejá quieta a la piba. Ch’Isidora… arrímate un cimarrón pal diarero. Sentate gurí, sentate.
     Me siento y la vamos de cigarrillos hasta que llegue el verdolín. Don Pedro se rasca y me mira.
-Y qué tal esos papeles? ¿Se macanea mucho? ¡Vean los mozos qu’escriben de carreras! No saben ni ande están los cuadriles y la firuletean de pluma sobre los diarios hablando de caballos. ¡Ah, mis tiempos!, entonces no había macanitas d’esas que se usan ahora, ni alcahucilerías de aprontes, ni partidas al por mayor, y cuando un crioyo se tiraba a la pileta, cobraba treinta o cuarenta por billete: aura ustedes arruinan a uno el negocio a puro apronte fayuto.
Yo le largo una púa para hacerlo corcovear.
-¿Le han destapado algún crack, don Pedro?
Él manya la cachada pero no se enoja.
-Ráite nomás, ráite, que el mejor día vas a yorar… A mí no me duelen los picotazos de poyo, y ya sé que mis cabayos no dan trabajo a los relojes, pero… algún día habrá pasteles.
-¿Convidará, supongo?
-Con chicharrones, y si tráis el chancho: de no, no podés limpiarte qu’estás de guevo. ¿Por qué no te vas ahí enfrente que siempre están de comilona?
-Porque yo vengo a amarguear con un criollo, y no quiero saber nada con los cocktails, don Pedro.
-¡Ah, sí! ¿No te gustan los menjurges regolvidos en cacerola? Entonces sos de los míos. Che Sandalia, tráite la caña orientala.
     Viene la caña, viene Sandalia, y viene la javie atrás con el mate ¡que siempre han de andar juntos lo amargo con lo dulce! Don Pedro se templa con un trago y sigue:
-Mirá gurí, nosotros los viejos compositores crioyos estamos de capa caída, aura que dentran a tayar los mozos nuevos, con escuela de Inglaterra y venenos en la ración; pero no importa: día ha de yegar en que se apague la luz eléctrica y no alumbre más que el candil: entonces van a ver a este viejo Pedro, a quien hoy nadie da boliya, convertido en estrella también yo, y ganar carreras, y andar en coche, y poner plata en el banco…
     Afuera llaman
-Andá a ver Ch’Isidora: me parece que han golpiao.
Sale la vieja y vuelve con cara triste.
-Otra vez la cuenta del pastero.
Don Pedro agacha la testa, se la rasca y dice:
-Ahí tenés cómo me apagan la vela: cuide uno y no dé de comer y gane con mancarrones hambrientos… Decile que guelva el domingo.
-Piensa rebuscarse el 24, don Pedro?
-¡Como pa eso! Voy a ver si vendiendo los aritos de Sandalia…
Y yo me pongo colorado porque los aritos se los regalé yo… y valen 7,40.



Relato del libro “A Rienda Suelta” (1925) de Last Reason (Máximo Sáenz).

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