lunes, 31 de agosto de 2015

Plumas burreras - El jockey. por Charles Bukowski




Durante el calentamiento de Blue Mongoose en la recta opuesta, antes de la última carrera, Larry Peterson notó que el caballo estaba realmente mal, con un ataque de pánico. Larry llevaba quince años montando y conocía a sus caballos. A éste, verdaderamente, le había picado una mosca.
Larry trató de calmarlo, pero al llegar a la meta las cosas no habían mejorado. Se dirigió hacia la puerta, pasando por delante de los demás caballos, buscó a McKelvey. Le dijo:
-Este jodido animal no está en buenas condiciones. Quiero que lo retiren.
-Yo lo veo bien- contestó McKelvey.
Larry sabía que McKelvey era un comisario que se preocupaba del dinero que perdía el hipódromo cuando tenía que retirar un caballo. La cantidad que se perdía era, sin embargo, insignificante, porque tan pronto como los tontos recuperaban el dinero volvían a apostarlo a otro caballo. 

Larry desmontó y le pasó las riendas a McKelvey.
-¡Prueba a este hijo de puta, a ver si tú puedes mantenerlo sobre el suelo!
McKelvey era un tipo grande y gordo. Agarró las riendas. Blue Mongoose corcoveó, sacudió la cabeza, estaba cubierto de sudor.
-¡Venga, hijo de puta, cálmate!- le gritó McKelvey al caballo.
Dio un tirón a las riendas y le hizo galopar en un círculo luego en otro y luego en otro.
-¡McKelvey, lo único que está logrando es que se ponga peor!
McKelvey paró el caballo y miró airadamente a Peterson.
-¡A este caballo no le pasa nada, Larry! ¡O montas o recomendaré que te suspendan durante 5 carreras por negarte a montar!
-Eso es quitarme pan de la boca, McKelvey.
-O montas o te mueres de hambre, chico.
-¡Mierda!

Larry lo montó. La multitud, que no sabía lo que estaba ocurriendo, aplaudió. Blue Mongoose era el caballo número 8. Los siete anteriores ya estaban dentro. Blue Mongoose se negaba a entrar en el cajón. Varios de los tipos de la puerta lo empujaron por la grupa hasta lograr meterlo.
El animal temblaba y resoplaba. Cuando metieron al noveno caballo en el cajón de al lado, enloqueció. Se alzó de manos por encima de la puerta y tiró hacia atrás a Larry, que cayó pesadamente sobre excrementos. Fue un golpe tremendo, pero Larry no perdió la conciencia. Giró lentamente, se puso de pie. Luego anduvo de un lado a otro, cojeando. La pierna izquierda le daba punzadas. Estaba mareado y se había mordido la lengua.
Larry escupió una arcada de sangre y vio al gordo, allí, de pie, mirándolo.
-¡McKelvey, hijo de puta-dijo Larry-, te odio de cabeza a los pies!
Mc Kelvey dio la orden y se oyó la voz del locutor por la megafonía.

-Señoras y señores, por orden de los comisarios, Blue Mongoose ha sido retirado de esta carrera. Les será devuelta el importe de sus apuestas.
Larry salió de la pista y se metió en el túnel.
Un mal día, un tercer puesto en una carrera y en las otras cuatro no llegó ni siquiera a puntar. En una de ellas había salido con un caballo favorito, con 6 a 5. A Larry le gustaba correr delante o entre los primeros, pero parecía que su agente ya no le conseguía caballos de los que van a la cabeza.
Llegó a los vestuarios, se quitó el equipo. Su ayudante se había ido. El muy cabrito tenía una cita con una chica que trabajaba en un MacDonald’s.
Se estaba bien bajo la ducha. Lance Griffith estaba una o dos duchas más allá. Había acabado en el 2º puesto en la carrera principal, que había pagado 16 a 1, y se sentía de maravilla.
-¡Eh, Larry!
-¿Qué?
-¿Por qué no nos vamos de ligue esta noche?
-Yo estoy casado, Lance…
-¿Y eso qué diablos tiene que ver? ¡Yo también!
-Yo no soy de esa clase.
-No seas idiota, Larry. Mientras nosotros estamos montando caballos nuestras queridas esposas están montando otra cosa.
-Yo no pienso así.
-¿Te crees que se acuestan con nosotros porque pesamos 50 kilos o porque medimos 1,50 y nada? Hombre, a ver si te enteras un poco.
-Oye, acabo de tener una caída. Estoy dolorido. No tengo ganas de oír una sarta de estupideces.
-Está bien, Larry, está bien…

Tenía la pierna derecha agarrotada y conducir le resultaba doloroso.
Maldito McKelvey, sólo preocupado por las ganancias del hipódromo. Aquel hipódromo seguiría allí mucho después de que todos ellos hubieran desaparecido.
La casa era preciosa. Había costado 300.000 dólares y casi no tenía hipoteca. Larry enfiló la entrada del garaje, metió el coche, subió la escalera hacia la puerta, la abrió y Karina estaba hablando por teléfono, toda ella y su adorable cuerpo de 1,82.
Larry era como la mayoría de los jockeys. Le gustaban las mujeres altas. De pelo largo. De buenos colegios. Con clase.
-Rina, nena- dijo.
Karina echó una hojeada a Larry, movió un brazo para apartarlo. Estaba metida de lleno en su conversación telefónica.
-Sí, mamá, bueno, escucha-dijo-, deberías cuidarte más. Necesitas más amigos. Oh, sé cuándo estás deprimida… te conozco la voz. Oye, ¿Cuándo vas a venir a visitarnos? Por aquí está todo tan bonito… Los árboles están llenos de frutas, de mandarinas, naranjas, limones… ¡A Larry y a mí nos encanta tu compañía! ¿Qué? ¡Oh, no seas tonta! ¡Lo digo de veras! Mira, ¡te paso a Larry!
Karina le dirigió una mirada penetrante y le dijo en bajito:
-Saluda a mi madre.
Larry cogió el teléfono.
-Hola, Stella… ¿Qué tal estás?... Qué bien… Oh, acabo de llegar… ¿Qué? Oh, vengo de montar… No, no he ganado hoy… Tal vez mañana… Sí, claro que sí, por aquí hace muy buen tiempo… Bien, oye, que estés bien…, te paso a Karina…
Pasó el teléfono a su mujer. Atravesó después el salón y subió la escalera. Entró en el cuarto de baño y abrió el agua caliente de la bañera. La pierna se le estaba poniendo realmente tiesa.
Larry fue al dormitorio, se quitó lo zapatos y los calcetines. Luego, sentado sobre la cama, intentó desembarazarse de los pantalones. La pierna derecha estaba tiesa. El dolor era tremendo. Apenas podía quitarse los pantalones. En medio de la ducha se rió. Era tan ridículo… Por fin logró quitárselos.
Con la camiseta y los calzoncillos fue más fácil. Logró ponerse de pie. Dio unos pocos pasos con la pierna levantada. Fue hacia el cuarto de baño. Entró, se inclinó sobre la bañera, abrió un poco el agua fría y con la mano la mezcló con la caliente. Seguía inclinado de esa manera cuando entró Karina.
-Creo que has estado un poco grosero con mamá…
-Rina, no era mi intención. Pero no se me ocurría nada que decirle.
-¿No se te ocurría? Bueno, podrías hacer un pequeño esfuerzo. ¡Mi madre tiene sentimientos como todo el mundo! Es una mujer que ha pasado por muchas cosas, es una persona valiente y maravillosa.
Larry se enderezó, miró la pared del baño del otro lado de la bañera.
-Estoy seguro que sí, nena.
-No piensas eso de verdad, sólo lo dices.
-Bueno, ¡qué demonios!, apenas conozco a tu madre.
Larry logró meterse en la bañera. Parecía que el agua estaba bastante bien. Se deslizó dentro. El agua caliente le aliviaba mucho la pierna.
-Deberías esforzarte en conocerla…
Karina estaba de pie por encima de él, mirando hacia abajo. Todo aquel cuerpo. Aquellas piernas preciosas. Un buen ejemplar. Y sabía vestir. Estilo, clase. Impecable.
Aquel pelo largo. Rojizo mezclado con dorado. Y natural. Aquellos ojos verdes, profundos. Aquellos ojos que sabían reír. Y aquellos dientes perfectos. Nariz bonita, mentón bonito. El cuello un poco largo, pero una buena cabeza. Y sabía vestir. Llevaba el traje que más le gustaba a él, el vestido azul oscuro que le quedaba perfecto.
-He dicho que debarías esforzarte en conocerla.
-Rina, de verdad, estoy destrozado…
-Siempre pensando en ti. Pensando en ti, ¡en tu maldita persona!
-¿Maldita persona?
-¿No te parece que hay alguien más por aquí cerca? ¿Sólo tú? ¿El gran jockey? Aunque, luego, el no-tan-gran jockey.
-Rina, ¿estás a punto de tener el período?
Karina se inclinó sobre la bañera, las manos apoyadas en el borde, los ojos fijos, el pelo dorado-rojizo cayéndole en cascada.
-Oye, cariño, lo siento si…
-¡No me llames cariño!
Larry decidió darse por vencido. No había nada que decir. Las palabras sólo habrían hecho que las cosas se pusieran más feas.
Le echó una mirada furtiva y vio que ella sonreía y entonces pensó: Ah, esto va a mejorar, era una especie de broma.
Pero no esa clase de sonrisa.
Y entonces la sonrisa desapareció. Y volvió a oírla.
-¡Ah, ahora te callas? ¡No quieres hablar de ello!
Larry se echó agua debajo de la barbilla, sintiéndose un poco estúpido al hacerlo.
-Mira, Rina, vamos a dejar esto y empezar de cero. Vamos a tomar una copa y a calmarnos. Las cosas no son tan tremendas.
Karina se inclinó, acercándose más.
-¿Una copa? Una copa, una copa, una copa, una copa… Una copita. Eso lo soluciona todo ¿no?
-Ayuda…
-¿No puedes enfrentarte a nada sin una copa?
Él sabía lo que ella quería oír, así que lo dijo.
-No.
Karina se agachó furiosa y le tiró agua ala cara.
-¡Gilipollas! ¡Estúpido gilipollas!
Tenía lágrimas en los ojos. Él sintió que se le encogía el estómago. Quería estar en cualquier parte menos allí. Quería estar en la cárcel, en un barrio bajo, quería estar perdido en un desierto, quería que lo succionaran las arenas movedizas hasta su desaparición.
-Déjame solo- dijo él.
Karina se inclinó, acercándose más. Ya no parecía tan bonita.
-¿Dejarte solo? ¿Dejarte solo? ¿Para qué? ¿Para poderte distraer tú solo? ¿Para juguetear contigo?
-Sí-dijo Larry-, eso. Permíteme eso.
-Ay, Dios mío, ¡que yo haya acabado casándome contigo!
Larry la miró.
-Te lo suplico, ¡sal de aquí y déjame solo!
-¿Por qué me casaría yo con un hombre miniatura?- empezó a decir-, yo podría haber…
Y entonces un destello de una rojo furioso le cayó encima, después otro, la cogió por el pelo y por el cuello y la tiró violentamente dentro de la bañera con él.
Hubo un golpe y un chapoteo de piernas y codos, y allí estaba ella. Él era lo suficientemente grande como para manejarla a ella y logró colocarse encima mientras ella pateaba y se movía. Estaba acostumbrado a manejar caballos testarudos de 680 kilos, sintió cómo sus dedos se metían en la boca de ella, en su nariz, agarrando su frente y empujando con fuerza hacia abajo, con fuerza, y la cabeza de ella se sumergió y él la mantuvo allí abajo, la mantuvo allí abajo pensando -ahora está callada, pero no pudo hacerlo, al final la dejó ir, jadeante y sin aire. Él salió de la bañera, avergonzado. Echó mano a una toalla y se envolvió con ella mientras Karina seguía sentada en la bañera con su vestido azul oscuro y cubriéndose la cara con ambas manos. Se quedó allí sentada en esa posición.
Larry se sintió horrible, loco, peor que el propio demonio.
Fue al dormitorio y se puso una bata. Se sentó en una silla junto a la ventana del dormitorio. La tarde se había convertido en noche. Hacia abajo y hacia el este podía ver las luces de la cuidad.
Entonces oyó a Karina salir de la bañera. Hizo un ruido de chapoteo. Tosió.
La oyó caminar. Oyó cómo goteaba el agua a medida que ella caminaba. Oyó cómo se acercaba por detrás de él. Esperó y miró las luces de la cuidad.


Charles Bukowski

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