Meterse en ”Plumas Burreras” para compartir con los amigos
anécdotas o episodios vividos en este fantástico mundo de las carreras de
caballos, nos obliga a hablar – un poco –
de nosotros mismos. Aquí voy a recordar una frase del prólogo del libro
“Amor se escribe sin Hache”, de Enrique Jardiel Poncela. Allí el autor dice”
Hablar de uno mismo es tan peligroso como agradable. Hay riesgo de caer en una
vanidad estúpida, y hay riesgo de naufragar contra los escollos de la falsa
modestia”
Es casi inevitable hacerse
la pregunta ¿de dónde viene este gusto por los caballos de carrera y por las
carreras de caballos ?. Nuestro amigo Marcelo Fébula dice lo suyo en su narración que tituló “Árbol Genealógico”,
cuya lectura recomiendo.
En mi familia había
unos cuantos burreros, tíos y primos mayores, así que a los 10 años yo ya sabía
quién era Yatasto, y se me cayeron las lágrimas aquel
fatídico 30 de Noviembre de 1952 – día del Pellegrini famoso
– cuando me informaron esa misma
tarde que el máximo crack de la historia
había quedado tercero de Branding y Sideral. Ya por los 16 años, no me
resultaban extraños nombres tales como El Aragonés, Jungle King, Mamboretá,
Singapur, Egipto, Pechazo y otros tantos, los había escuchado muchas veces de
mis mayores. El año en que cumplo los 16 – 1958 – Manantial se consagra cuádruple coronado.
Para ese entonces ya seguía las carreras por los diarios, me leía los programas
– competidores y montas – con más entusiasmo que un capítulo de Historia Argentina, no sabría a ciencia cierta quiénes habían
integrado la Primera Junta, pero no
tenía dudas acerca de quiénes eran Juan P. “Pelusa” Artigas, Rubén Quinteros –
a quienes no vi correr – e Irineo
Leguisamo, al que si vi correr y hacer cosas increíbles, aunque para ese tiempo
“el Pulpo” ya pisaba los 60 años.
Hay que decir que por aquellos años los “carreristas” no
gozaban de mucho prestigio, nunca sabremos por qué. Hay algunas voces que responsabilizan a los
tangos burreros, sin embargo, el Dr. Mario Lopez Oliva mantuvo una interesantísima charla con
Carlos Wolf – gran investigador y buen
amigo – , acerca de este asunto. Carlitos nos reveló, como fruto de sus investigaciones,
que existían más de 600 tangos dedicados al
turf, y sólo algunos cuentan en
sus letras las desdichas del burrero, el resto son homenajes a entrenadores,
pilotos o nobles equinos. También el cine nacional, en algunas películas de la década del
50, pone al protagonista en el hipódromo
y siempre con suerte esquiva. En el
comienzo del film Tango Bar (Año
1935) el protagonista Ricardo Fuentes
(Carlos Gardel), acodado en la baranda del barco , a punto de zarpar para
Europa, mantiene un diálogo con su gran
amigo Puccini (Tito Lusiardo) en estos términos:
TL – Aquí tenés, esto es lo que sobró del remate de tu casa…
CG – Guardalo, yo tengo suficiente para llegar a Europa.
TL – Pero….
CG – Guardalo. Eso si …. habrá que cambiar de vida Eh?.. Ya
estoy harto de perderlo todo, en las carreras cuando dos caballos se trenzan en
un final palpitante, cabeza a cabeza, mi dinero vuela.
Y Don Carlos canta
Por una cabeza, que en una de sus estrofas dice:
Basta de carreras se
acabó la timba
Un final reñido yo no vuelvo a ver
Pero si algún pingo llega a ser fija el domingo
Yo me juego entero… que le voy a hacer.
Como es de imaginar, que un pibe a los 16 años ya tuviera
inclinaciones burreras, era una
preocupación para la familia, en mi
caso, para mi santa madre.
A mí me parece que la veta burrera ya viene de fábrica,
luego vienen los hechos o circunstancias
que la ponen en acción. No creo que alguien concurra a los hipódromos sólo porque un
día un amigo lo llevó para conocer, el tipo ya tenía la
pasión adentro, solo faltaba que se despertara.
Han pasado más de
cincuenta años desde el día que puse por primera vez un pie en la Popular del
Hipódromo de Palermo, exactamente el 15 de Agosto de 1962, fecha en que Irineo
Leguisamo cumplía 40 años con el turf de Argentina. Era miércoles, se celebraba
una fiesta religiosa y era un feriado en el que el comercio y la industria
trabajaban medio día y feriado completo para la administración pública. Salí al
mediodía de la empresa en la que trabajaba, me subí al tren en la estación
Retiro, y cuando llegó a 3 de Febrero (No estoy seguro, pero me parece que
todavía se llamaba Hipódromo), me bajé. Recorrí el puente que pasaba sobre la
Avda. del Libertador, bajé las escaleras, cruce Dorrego y me caminé las
interminables cuadras hasta la Tribuna
Popular. Iba solo, pero ya sabía de que se trataba, sabía que era un placé y
también sabía que la media cabeza “no era la que colgaba de un gancho” (Del
tango “Como querés que te quiera” de
Héctor Marcó), en fin, no
necesitaba que me explicaran casi nada.
Apenas cruzada la puerta de entrada, me recibió el aroma de
los chorizos y churrascos que se asaban esperando para meterse en un pan de
fonda, construyendo el sanguche que los aficionados se comían con fruición, sin
apartar la vista de la revista que tenían en su mano. Y claro, la primera
carrera en temporada invernal se largaba a las once de la mañana, algo había
que almorzar. El término “choripan”
todavía no definía al clásico de chorizo.
Por alguna extraña razón quedaron grabados en mi memoria
ciertos datos de aquel día. La primera carrera que vi la ganó una yegua
de nombre Southern Star, piloteada por el querido y recordado Cayetano Santos
Sauro, jockey que fue ídolo de su tiempo. El 15 de Febrero de 1969, su
campaña se truncó a raíz de una rodada
en San Isidro con el caballo Empire Flyer,
tenía 46 años y ya no pudo volver a correr.
Llegó el momento de ir a ventanilla. En aquel tiempo
había una apuesta que se denominaba “A
descarte”, y funcionaba de la siguiente manera: Cuando un caballo, por sus
antecedentes, se destacaba netamente, se lo descartaba en las apuestas, entonces
el apostador podía jugar a otro competidor “a descarte”, si el caballo entraba
segundo del descartado, cobraba el dividendo correspondiente (no confundir con
el placé, que tiene otro sistema de cálculo).
De todos modos igual podía apostar a ganador, si lo deseaba, pero para cobrar tenía que ganarle al descartado.
A su vez, uno podía apostar por el descartado, pero el dividendo las más de las
veces devolvía el importe apostado – pagaba 2 pesos – , aún no estaba
establecido el dividendo mínimo de 2,10 (1,05 en la actualidad). La jugada
desapareció poco tiempo después.
Ansioso por debutar acertando elegí para mi primera apuesta
en ventanilla a una yegua de nombre New England, conducida por Salvador Di
Tomaso, el “Tano”, otro jockey que gozaba de las simpatías del público y como
un destino cruel, perdió la vida en San Isidro conduciendo a Huxley (Cardington
King y Hussna), en una carrera en la que su conducido se pialó con Chocano
(Luis Canú). Huxley había sido el
ganador del Jockey Club de ese año 62 (abonó diez pesos redonditos por cada dos
apostados). La polla de potrillos fue
para Ukase, el Jockey Club como quedó dicho, para Huxley, el Nacional lo ganó
Irmak (Cayetano Sauro) y el Pellegrini
se lo llevó Tierno (Irineo Leguisamo). Algún día habrá que hablar de este Pellegrini, porque mis jóvenes ojos – y los del resto del público – no podían creer lo que Legui hizo aquella
tarde.
La yegua New
England era la descartada de la carrera,
jugué 25 ganadores ,50 pesos m/n de la época y apuesta mínima posible. La yegua ganó fácilmente y abonó 2,20, así
que jugué 50 pesos y me pagaron 55, con la ganancia me tomé un café. De ahí hasta la 8va carrera, última del
programa, no acerté mas nada. Mi debut
no fue muy exitoso que digamos, pero el viernes 17 de Agosto, feriado nacional,
apenas dos días después de mi debut, antes que largaran la primera yo ya estaba
en el hipódromo. No me fue mucho mejor
que el dia del debut, me mandé el
programa entero de ocho carreras y apenas acerté una, el caballo El Delta
piloteado por Carlos Riero a un dividendo de 3,20 por cada dos, como para desalentar a cualquiera, pero……. la
pasión ya se había desatado, y por muchos años se mantuvo viva.
Repasemos algunos
datos que quedaron grabados en mi
memoria y que me parece útil recordar. Los valores se expresan en pesos moneda
nacional de la época, moneda a la que ya le han mochado ¡¡¡13 ceros!!! pero esa es otra historia.
Revista Palermo 20
pesos
Entrada a la Popular: 15 pesos
Entrado al Paddock y Tribuna especial: 60 pesos (podía
pasarse de una tribuna a la otra por el pasaje subterráneo que pasa debajo de
la entrada a la Tribuna Oficial)
Entrada a la Tribuna Oficial: 500 pesos.
Haciendo un ejercicio,
manteniendo las porporciones, hoy la entrada a la popular (que ya no
existe), debería costar el 75 % de lo que vale una revista o la entrada a la
tribuna paddock debería costar 3 veces el valor de la revista. Curiosamente,
los valores, aunque con 13 ceros menos, se asemejarían a aquellos del 62. La jugada mínima de aquellos
años era de 25 boletos (50 pesos) y 100 pesos costaba el vale de la apuesta
triple.
En este largo camino, es de suponer que los episodios y
anécdotas se atropellan por salir de mi
alicaída memoria, y como remate de estos humildes recuerdos, ahí va uno
vivido en el Hipódromo de San Isidro.
Tarde fatal aquella, no había acertado un ganador y en el
grilo solo quedaba un billete de 100 pesos moneda nacional. Después de dar
vueltas y poner la revista del derecho y del revés, no se me ocurría nada.
Leguisamo corría a un número 17 , de nombre Elonce, y sin pensarlo más, allá fueron los últimos cien mangos a la
ventanilla del 17, para convertirlos en dos boletos de 25 ganadores cada uno.
Me ubiqué en la parte
alta de la tribuna popular para ver la carrera.
Calculen cuantos metros hay desde esa tribuna hasta el disco y no había
circuitos cerrados de TV, para ver la carrera había que ir a la tribuna.
Largaron la carrera y cuando el malón pasó frente a la
popular, no lo encontré al mío. A la altura del paddock lo divisé avanzando por afuera, me salió un
tímido “Vamos Legui”, cruzaron el disco y no me parecía que hubiera alcanzado.
Un veterano que estaba a mi lado me dice.
-Jugaste a Legui pibe ?
-Si
-Ganaste vos
-No, no alcanzó
Y como si mi dicho hubiera significado una ofensa para su
sabiduría burrera, me tomó paternalmente del brazo y me dijo: “Mirá pibe, Legui
nunca usa la fusta, a menos que sea indispensable para ganar, y la sacó
faltando unos 30 metros ¿Entendiste?”
Lentamente comencé a descender los escalones de la tribuna y enfilé para la
verja que separaba la popular del paddock. Subieron la verde, pusieron una,
dos, tres, cuatro chapas, entre ellas la del 17. Cuando llegué a la verja, salían del paddock
unos tipos con plata en la mano al grito de “Voy al 17 y doy la fila” “Será posible?” murmuré.
Luego de unos minutos que me parecieron horas, bajaron la
verde y aquel viejo burrero curtido en cien finales tenía razón, adelante Legui
por el hocico a 7,40 por cada dos
apostados. Entonces si, el grito que esperaba en mi garganta soltó el “¡¡¡
Legui viejo nomaaaaaaasssss!!!” que se prolongó hasta la afonía. Regresé a la tribuna a buscar al hombre,
quería abrazarlo, felicitarlo, qué se yo, algo. Pero ya no estaba.
Pido disculpas a aquellos que tengan la deferencia de leer
estas líneas y a quienes no les gusta el término “burrero”, pero con ese nombre nos definió la historia y, por lo
menos a mí, no me incomoda.
Ernesto Luis Quirolo
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