En algún momento, se puede poner en duda esta historia,
por los años en que ocurrió, y debido a mi corta edad por ese entonces.
Mi viejo, de profesión mozo, se desempeñó en un gran
restaurant de antaño que se llamó Toscanín. que era frecuentado por políticos
de la talla de Perón, Balbín, Alóe, etc ( hoy forma parte de la Av. 9 de Julio)
y supo trabajar un tiempo en el famoso Caño 14.
Genovés de nacimiento, pero más porteño que
Corrientes y Esmeralda, lo llamaban
simplemente “El Pibe”.
Cuando yo apenas tenía 8 años, una mañana El Pibe me
tiró buscándome la lengua:
-“Doutbless”
- “Nigromante”, le contesté al toque.
Hoy reflexiono que aquella respuesta que aún hoy
recuerdo debe haber salido de escucharlo a él hablando de pingos con sus
amigos. De lo contrario ¿de dónde va a salir? Históricamente esos dos caballos fueron cracks y si no
me equivoco, se ganaron entre ellos.
El día que cumplí 12, El Pibe me preguntó:
- “¿Cuanto medís?”
-“ 1,72” (ojo no
crecí más)
Entonces me relojeó las piernas y agregó:
-“Con esos pelos no va más el pantalón corto. Vamos que
te voy a comprar un traje de pantalón largo”.
Y ahí mismo me llevó a Braudo, una sastrería muy
popular en la época porque vendía los trajes con dos pantalones.
No me olvido más, era azul oscuro con rayitas blancas y
chaleco. Me miraba y no lo podía creer, pero me la creí y la iba de langa.
“¿Cuándo me voy a poner esto?” pensaba para mis
adentros cuando la respuesta no tardó en llegar: -“El domingo vamos a Palermo”
El día llegó y me dio instrucciones precisas:
-“Peinate como Gardel y ponete estos anteojos para sol
(eran enormes) porque si no, no entrás”.
Ese domingo me di cuenta que El Pibe era bastante conocido
en el ambiente, En un momento lo vi conversar con Cervi, y unos cuantos al
pasar lo saludaban.
A partir de ese día al hipódromo, siempre que las
circunstancias lo permitieran, íbamos juntos.
Vivíamos en Lanús. De la estación salía lo que en
aquellos tiempos llamaban “bañaderas”, que te bajaban directamente en el
paddock de La Plata.
Yo ya no usaba los anteojos. Íbamos viajando, leyendo creo
que La Fija. En un momento siento un codito.
-“¿Quién te gusta en la última?
-“Mirá papá. En la última hay un número 10 que viene de
Palermo. Gredos se llama y créo que no pierde”
-“La veo igual” respondió con un guiño cómplice.
Fueron pasando las carreras, y teníamos por costumbre
(yo diría una gilada) para hacer las apuestas, que uno bajaba por un lateral de
la tribuna y el otro por el otro, no fuera a ser cosa que nos lechucearamos.
Llegó la última. Pusimos en práctica el antimufa, y al
rato nos volvimos a encontrar.
A punto de la larada El Pibe no aguantó más y me
preguntó:
-“¿A quién jugaste?”
-“Al 10. ¿A
quién querés que le juegue?” respondí medio caliente recordando la conversa que
habíamos tenido en la bañadera.
Ahí nomás metí la mano en el bolsillo y le mostré los
boletos. …¡La cara del Pibe! Se desfiguró en una mueca extraña y gritó: -“¡Te
equivocaste!”
Miré mi mano y vi el número 9. Macaco se llamaba. Me
había metido en la ventanilla de al lado. Quedé más caliente que la sopa que
hacía mi abuela.
Gorra verde loro, chaquetilla negra y pantalones
blancos. Ese jockey y un cura en la nieve eran lo mismo. A pesar de todo eso yo
jamás pude identificar a un pingo en carrera pero El Pibe… El Pibe lo veía
todo.
Se largó y El Pibe me la empezó a transmitir.
-“El tuyo agarró la punta”... “¡y se viene nomás!”...
“¡Che, están llegando al codo y sigue en la punta!... “Entraron al derecho y
viene primero”... “¡Macaco viejo nomás!” ¡Macaco viejo nomás!
Se imaginan quien gritaba. Si claro. El Pibe.
La cuestión es que faltando unos 50 metros para el
disco Macaco se paró y no quiso más. Gredos pasó de largo.
El Pibe, colorado como un tomate de la bronca que
tenía, abandonó el relato y se desplomó sentado en las escaleras. No era para
menos.
Macaco venía a tarifa + IVA y Gredos apenas devolvió la
guita.
Agustín Manuel
Gatti
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