Emiliano Zapata y As de Oro
Pegaso fue el primer yobaca que
logró anotarse entre los dioses de la mitología y tratar de che a los
habitantes del Olimpo. Claro que lo logró siendo una especie de caballo del
comisario: su propietario era Zeus, capo de todos los capos, dios soberano del
cielo y la tierra (no confundir con Zeus el padre de Romance Moro). Según el
stud book mitológico, este caballo volador nació del chorro de sangre que saltó
cuando el macanudo de Perseo le cortó la zabeca a Medusa. Gracias a Pegaso, Perseo
pudo libertar a Andrómeda, la hija del rey de Etiopía, que quiso competir por
el premio de la hermosura con las sardinas Nereidas y fue atada a una roca para
que la devorara un monstruo marino tipo Godzilla. El pingo creció y vivió sus
años de potrillo en las verdes praderas del monte Olimpo, bulín de los dioses
situado entre Tesalia y Macedonia, y era un
ejemplar cruza de ario y persa, de color blanco y dotado de alas. Símbolo de la velocidad, poetas de todos los tiempos entonaron cantos en su honor. Desde un punto de vista más práctico, fue el primer medio de comunicación y transporte que se elevó por el aire, y ya que vengo enganchado con la mitología pasemos a otros pupilos del mismo haras.
ejemplar cruza de ario y persa, de color blanco y dotado de alas. Símbolo de la velocidad, poetas de todos los tiempos entonaron cantos en su honor. Desde un punto de vista más práctico, fue el primer medio de comunicación y transporte que se elevó por el aire, y ya que vengo enganchado con la mitología pasemos a otros pupilos del mismo haras.
Ahí nomás de Pegaso entra la yunta
de Janto y Balio, los caballos de la Ilíada de Homero, protagonistas de la
guerra de Troya. Eran dos pingos inmortales que Peleo recibió al atarse a la
noria de la nereida Tetis, con quien tendría a su figlio Aquiles. La yegua que
los parió se llamaba Podarga. Dicen que Janto, aunque de origen divino, era un
oscuro de sangre persa con patas que le permitían hacerle pelo y barba a
cualquier velocista, millero o fondista que tallara en su tiempo. Por su parte
Balio era blanco y tan rápido que llegaba a empardarlo. La velocidad de ambos
impedía que Aquiles pudiera atar al carro de la verdura otros dos animales, que
era lo habitual entre los griegos, pero supongo que con semejante yunta mucho
problema no se haría. Además, parece que tenía otro ligero de suplente
dispuesto a entrar a la primera de cambio: Zefiro.
La mencionada gran podrida de Troya
tiene un equino en papel principal, el famoso Caballo de Troya. No era de carne
y hueso sino de madera y gigantesco, tanto que ocultó en su vientre a Ulises y
sus soldados, quienes se exprimieron el balero y con esa estratagema pudieron
madrugar a los enemigos y tomar su ciudad por sorpresa.
El primer pingo real que tuvo Mahoma
se llamaba Lazlos, regalo del gobernador de Egipto. Con él realizó su primera
peregrinación a La Meca, aunque no le habrá tenido mucha efe que digamos porque
lo hizo sin abandonar a Al Qaswá, su camello preferido. Fue este sabio jorobeta
quien inspiró en Mahoma su gran amor por los yobacas, pasión por la cual
proclamó: El Diablo nunca osará entrar en
una tienda habitada por un caballo árabe. Preocupado por la supervivencia
de la raza equina, más tarde escribiría en el Corán: Cuanto más granos de cebada proporciones a tu caballo, más pecados te
serán perdonados. También tenía una mula blanca de nombre Fadda, y una yegua
llamada Al-Borak (rayo, estallido, blancura cegadora) con la que viajó de
noche, con la fresca, desde La Meca hasta Jerusalén ida y vuelta atravesando
las siete pistas celestiales.
Bucéfalo fue el yobaca de Alejandro
Magno, para muchos el yeneral más grande
de la historia, aquel que construyera un imperio y se mantuviera invicto sin
perder nunca una batalla. Alejandro era el primer hijo del rey de Macedonia
Filipo II, un revolucionario de las técnicas guerreras que logró unificar las
ciudades de Grecia, excepción hecha de Esparta. Nació en el 356 A.C. y tuvo
como profesor a Aristóteles (andaba tirado de maestro). A los 16 años ya era
todo un energúmeno y guerreaba como un experto, tanto que hasta suplantaba a su
viejo en casos de necesidad. A los veinte se subió al trono de rey, y le habrá
tomado el gusto al asiento mullido porque fue rey hasta su muerte, trece años
después. Según la leyenda, siendo jefe de caballería pidió a su padre que le
consiguiera caballos de Tesalia, que eran los mejores del mundo para la guerra.
Abocado al encargo, Filipo un día recibió a un tal Filónico que por trece
talentos le ofrecía un yobaca negro azabache que tenía una estrella blanca en
la frente con forma de cabeza de buey y uno de sus ojos de color azul. Lucía
grande, bello y poderoso, pero era intratable. Sentaba de culo a cualquiera que
quisiera montarlo y ni bola a cualquier voz de mando. Ahí nomás Filipo dio
orden de que se llevaran a la fiera. –Momento
que la están peinando, no nos podemos perder este pingo –terció Alejandro.
Pese a las dudas de su padre y otros expertos jinetes, fue al encuentro del
bravo y al poco rato andaba meta romper relojes en partidas cortitas –¡Alejandro viejo nomás! ¡Buscate un reino
igual a vos porque la Macedonia ya te queda chica!, le dijo el orgulloso
Filipo a su hijo luego de la proeza. Alejandro se lo tomó en serio y salió de
las cercanías del Partenón para hacer el imperio más grande de la antigüedad,
siempre sobre la cruz de Bucéfalo, que taura y todo se asustaba de su propia
sombra. Expandiría los dominios helénicos sobre más de veinte millones de
kilómetros cuadrados, hasta Egipto y la frontera con India. Bucéfalo tenía
alrededor de 30 abriles cuando murió a consecuencia de las heridas sufridas en
la batalla contra el rey hindú Porus en el río Hidaspes. Fue enterrado con
todos los honores militares y Alejandro Magno fundó en ese lugar la ciudad de
Bucefalia.
Aníbal era hijo de Amílcar Barca, el
general cartaginés que conquistó España, y vivió entre 247 y 183 A.C. Gran jefe
militar, lo que lo elevó a la categoría de GI fue su hazaña de atravesar los
Alpes con un ejército de cincuenta mil hombres, diez mil jinetes y cincuenta
elefantes para vencer a los romanos de visitante. Rompió el Prode montado en
Strategos (en griego General), el
“caballo de los Alpes.” Era un yobaca de gran alzada, oscuro tapado, inquieto,
agresivo en carrera y tierno de boca, aunque cabe destacar que los cartagineses
montaban sin freno y muchas veces hasta sin riendas. Aníbal lo había hecho
traer de Tesalia, afanoso por imitar a su gran ídolo de juventud Alejandro
Magno.
La caballería nunca fue el eje de
los poderosos ejércitos romanos, ya que éstos confiaban más en sus famosas
legiones que en los jinetes. Sin embargo, Roma hizo del yobaca su animal
preferido, y de las carreras su deporte principal. De todos los caballos
romanos, incluído el de Julio César, el más famoso fue el de Cayo César Augusto
Germánico, mas conocido por Calígula, uno de los llamados emperadores locos junto a Tiberio, Claudio y Nerón, el del incendio.
Este 22 reinó desde el año 37 al 41, y su caballo, Incitatus (impetuoso), al
parecer era de origen hispano, dato nada sorpresivo porque los romanos cada año
importaban de Hispania alrededor de 10.000 yobacas. Calígula tenía flor de
metejón con el pingo: mandó construir para él una caballeriza de mármol, un
pesebre de marfil, y más tarde una lujosa casa-palacio con servidores para que
pudiera recibir a las personas que le enviaba como invitados. También lo nombró
senador (habrá sido el primero pero seguro que no fue el último senador
caballo). En su faceta de cuida, el emperador comía y dormía en los establos
junto a él los días de carreras, y para que nada ni nadie molestara al equino
ya desde el día anterior decretaba el silencio general de la ciudad bajo pena
de muerte a quien hiciera quilombo. Parece que, pese a todos los cuidados,
Incitatus un día llegó a perder. Ahí el trompa no pudo contenerse y mandó matar
al jinete vencedor haciéndole una tierna recomendación al verdugo: Mátalo lentamente para que se sienta morir.
Buen perdedor el hombre (para mí había sido puesta).
El caballo de Julio César se llamaba
Génitor (creador, padre o reproductor). Baten que tenía casi pies de hombre,
con pezuñas hinchadas a manera de dedos, con lo cual se deduce corrió a
contramano de la evolución natural Eohippus-Mesohippus-Caballo. Cuando nació,
los brujos se la jugaron prediciendo que su dueño tendría el imperio del mundo,
por lo que Julio César lo alimentó con jamón del diome desde un principio,
siendo el primero y único en montarlo. Con el tiempo llegaría a incluso a
levantar una estatua en su honor, delante del templo de Venus Genetrix. Lo
bautizó Génitor en recuerdo de su padre, y junto a él, en el año 50 A.C., se
lanzó a la guerra civil y la conquista del poder.
Babieca
fue el yobaca del Cid Campeador, durante los siglos X y XI. Tiene pedigree
difuso: algunos sostienen que se trataba de un andaluz blanco criado en un
convento español, y otros creen que era de origen leonés, más precisamente de
la comarca de Babia. Le fue regalado al Cid por el rey Alfonso VI de León y
Castilla como premio a sus servicios. Quienes mantienen viva la tradición lo
pintan como obediente, ágil y lleno de
brío, ideal para la guerra (sic). La última batalla que ganó Rodrigo Díaz
se debe, en gran medida, a su caballo. Sucedió que la jermu del Cid ató a la
silla de Babieca el cuerpo ya sin vida de su media naranja, lanzándolo a todo
galope por el campo. La acción tuvo un doble efecto: elevó la moral de los
soldados propios y amedrentó a los moros, que al ver semejante escena se
garcaron en las patas pensando que el Cid se había levantado de entre los
fiambres para seguir peleando. La cuestión es que cuando su dueño entregó el
envase, Babieca no volvió a ser montado y murió dos años más tarde, a la muy
avanzada edad de 40 años (más de un siglo para un humano). Fue enterrado en
algún lugar del Monasterio de San Pedro de Cardeña, a 10 kilómetros de Burgos,
cercano a la localidad de Castrillo del Vial.
El
corso bajito Napoleón Bonaparte, agrandado el hombre, tenía 130 caballos
para su uso personal. El más conocido e importante de ellos fue Marengo, un
tordillo árabe con unos 1.45 mts de alzada importado de Egipto a Francia en el
año 1799, cuando tenía seis años. Se lo recuerda como un yobaca de fuerte
constitución física, veloz y manejable, y se dice que permanecía tranquilo aún
entre los disparos de armas de fuego. Fue herido en batalla ocho veces a lo
largo de su vida para finalmente ser capturado y llevado a Inglaterra cuando el
emperador Napoleón I clavó las guampas en Waterloo. Murió en ese país a los 38
años, y su esqueleto fue llevado al National Army Museum en Sandhurst, donde
puede ser apreciado. Vicir y Blanco eran otros dos animales destacados entre la
caballada del noherma de Pepe Botella.
Atila, el más poderoso caudillo de
los hunos, tribu probablemente originaria de Asia, conocido en Occidente como
“El Azote de Dios”, fue un enconado enemigo del imperio romano. Invadió dos
veces los Balcanes, estuvo a un pelito de tomar Roma y llegó a sitiar
Constantinopla. Su pueblo nómade murió con él, casi sin dejar testimonios
documentados de su historia. Por eso hay que tomar con cuidado lo que ha
trascendido de ellos, ya que al ser generalmente transmitido por sus enemigos,
el líder de los hunos aparece casi siempre retratado como un sinónimo de
crueldad, destrucción y rapiña. El caballo que lo acompañó hasta su muerte se
llamaba Othar, y la leyenda dice que por
donde pisaba no volvía a crecer la hierba.
Molinero
se llamó el yobaca de la bestia asesina y genocida Hernán Cortés, y Copenhagen,
a secas, el del militar y político irlandés Arthur Wellesley. Poco nombre para
el caballo teniendo en cuenta que su dueño era 1º Duque de Wellington, 1º
Marqués de Douro, 1º Príncipe de Waterloo, 1º Duque de Ciudad Rodrigo, Grande
de España, Caballero de la Jarrereta, Caballero de San Patricio, Gran Cruz de
la Orden del Baño, Gran Cruz de la Orden Güelfa, Consejero Privado, y Caballero
de la Real Sociedad Británica. ¡No tenés títulos, Arthur!
José de la Cruz Porfirio Díaz Mori,
el mexicano que entre votos y cuarteles ocupó el cargo de Presidente de su país
algo así como 30 años (un rato) entre fines del siglo diecinueve y principios
del veinte, tenía un alazán de nombre Águila. Yo le hubiera puesto Cóndor, tanto
como para llevarle la contra a los vecinos del norte que terminaron afanándose
Texas, digo.
Leñador, agricultor y comerciante,
Doroteo Arango Arámbula, o sea Pancho Villa, fue uno de los jefes de la Revolución Mexicana que derrotó al régimen de Victoriano Huerta. Era
conocido como “El Centauro del Norte” y su yobaca, tan legendario como él, era
el Siete Leguas (también tuvo uno llamado Grano de Oro). El otro líder
imprescindible de esa revolución, “El Caudillo del Sur” Emiliano Zapata, quizá
iba montado en su As de Oro cuando dijo aquello de Es mejor morir de pie que vivir toda una vida arrodillado. Los
sufridos sureños de su patria aseguran que por las noches, a lo lejos, pueden
ver las siluetas de Emiliano y As de Oro galopando entre las montañas. La
gilada dice que son fantasmas.
Simón Bolívar, el gran libertador
americano de un vasto territorio que sus vencedores ideológicos luego
descuartizaron en Perú, Bolivia, Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá, tenía
un caballo blanco llamado Palomo. Era de gran estatura, con una cola que le
caía casi hasta el suelo, y supo acompañarlo durante toda la gesta
emancipadora. Le había sido regalado por el congreso de la Gran Colombia.
En estas tierras, los caballos de
próceres y caudillos fueron conocidos por su pelo. Oscuro era el yobaca del
padrillo mesopotámico Justo José de Urquiza, verdadera usina productora de
hijos naturales. Don José de San Martín tenía un Bayo Blanco, el gran Manuel
Belgrano un Rosillo, el Manco Paz un Bayo, y Facundo Quiroga un Moro. Singular
ese Moro del Tigre de los Llanos: sabía cuándo había que ir al tefrén y cuando
guardarse para otra batalla. La vez que Facundo no le dio bola marchó como el
mejor. Y la vez que Estanislao López quiso ofender de muerte al riojano no tuvo
mejor idea que decirle que su yobaca era un matungo, trifulca en la que hasta
tuvo que mediar el patrón de estancia Juan Manuel.
Pobres yobacas… hay demasiado olor a
pólvora y muerte en la reseña. Los exégetas de la guerra suelen ser personas
que no concurren a ella, que por ella se ven económicamente beneficiados, o que
sienten genuinamente esa vocación por agredir, mandar, obedecer y matar. Detrás
de todos estos piantados han estado siempre los caballos y su nobleza.
Horriblemente despedazados, mutilados, heridos y muertos por espadas y balas
humanas, sus sufrimientos no entran en las poesías épicas, tal vez porque esas
violencias no son asuntos inherentes a su raza. Así como en la insólita guerra
entre paraguayos y bolivianos una vez conocido su fin soldados rasos de ambos
bandos se abrazaban entre risas y sapukays, los caballos de cualquier conflicto
armado jamás se reconocieron como parte de bandos antagónicos, mera invención
humana. A la primera de cambio cruzaron trincheras y se mezclaron amigablemente
con sus pares, un ejemplo demasiado claro para mentes embrutecidas.
Sí, mucho olor a pólvora y muerte en
la reseña. Digamos entonces que Faithful, luego rebautizado Huaso, se llamó el
caballo del jinete militar trasandino Alberto Larraguibel. Rompió el récord
mundial de salto en alto de equitación en 1949 con la marca de 2.47 metros,
superando Ossopo, que con el italiano Antonio Gutiérrez había saltado 2.44
metros. Huaso nació en 1933 y medía 1.68. Luego de logrado el récord, paseó por
jardines militares sin que nadie lo montara, hasta su muerte en 1961. Su hazaña
no ha sido superada al día de al fecha.
Clever Hans (Hans der Kluge en alemán), fue un yobaca del cual se decía que
podía realizar operaciones aritméticas y otras tareas intelectuales. En 1907,
el psicólogo Oskar Pfungst demostró que en realidad no realizaba tales tareas,
sólo observaba las reacciones de la gente. Respondía al lenguaje corporal de su
entrenador humano, que llamativamente era inconsciente de proporcionar señales.
En honor a Pfungst tal respuesta fue bautizada como el efecto Clever Hans, y sirvió para profundizar conocimientos sobre
la materia observador-expectativas y la cognición animal.
Rocinante
se llamaba el yobaca de Alonso Quijano, o sea el Ingenioso Hidalgo Don Quijote
de la Mancha, que lo consideraba fuera de categoría, superior a los ya
mencionados Babieca y Bucéfalo. El compañero cuadrúpedo de su amigo Sancho
Panza era un burro, anónimo hasta donde yo sé. Algunos escribas interneteros
dicen que su nombre era Rucio, ignorando que rucio es un vocablo que define el
color pardo o se utiliza como sinónimo de burro, jumento o borrico. Cazando los
brolis que no muerden muchachos, y guarda con lo que tiran al ciberespacio.
Sombragris (Shadowfax) es el equino
que monta Gandalf, personaje de varias obras de J. R. R. Tolkien, el de El
Señor de los Anillos. Kantaka fue el caballo de Buda (por las imágenes que ví
del jockey éste va complicado con el peso), Tornado el de El Zorro, Plata el
del Llanero Solitario (Pinto el de Toro), Jolly Jumper el de Lucky Luke y
Pampero y Pamperito los de nuestros superhéroes locales Patoruzú y Patoruzito, Mancha y Gato los criollos que caminaron hasta Nueva York con el profesor Aimé Félix Tschiffely, Mr. Ed el yobaca que habla, y Byerly Turk,
Godolfin Barb y Darley Arabian los culpables de que usted se arrime seguido por
la ventanilla.
Marcelo Fébula
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