Así como
alguna vez dejé en estas páginas anécdotas del barrio o del legendario Bar El
Chino, también proyecté contar algunas de las mil historias y vivencias de mi
amigo Evaristo Carlos Badín, “Tito”, porteñazo si los hay.
En nuestro país, la vida del laburante es una carrera de largo recorrido y áspero desarrollo. Detrás de la meta espera una magra recompensa llamada jubilación, que más que un premio parece una sugerencia para anotarse sobre el pucho en una prueba igual a la recién terminada. Tito cruzó el disco hace unos meses, después de haber hecho todo el tiro por el duro andarivel de los albañiles. En el derecho final un manyapapeles púa supo allanarle el camino ordenando aportes, moratorias y demás formularios burocráticos. Enterado de la buena nueva, después de las felicitaciones de rigor le tiré una sugerencia: –Ahora que andás con más tiempo me podés ayudar a pasar en limpio esas charlas que planeaba transcribir para la barra de TAG… Aceptó encantado, sabía de mis colaboraciones en la revista e inclusive ya había leído y disfrutado parte de las Mentiras del maestro Oscar Gallo (material que le fue rápidamente secuestrado por un burrero del barrio).
A modo de
brevísima reseña biográfica, les cuento que Tito es un ex mediopesado con una
decena de peleas amateur por el tiempo en que también empezaba su carrera el
luego campeón argentino Goyo Peralta. Pese a su dura profesión, ha sido
guitarrista desde siempre, cadenero de los buenos con inagotables ganas de
aprender y mejorar, virtud no tan frecuente en los violeros formados a pura
oreja. También es un lector ávido y memorioso, profundo conocedor de nuestra
música, gran narrador, y con una
cantidad de asfalto y noche bajo los tarros que le permite caer parado desde
cualquier altura.
Desde
aquella lejana tarde en que me lo presentara mi tío Antonio hasta hoy, fuimos
forjando una cálida amistad que no sabe de diferencias generacionales. Aquí va
la transcripción de una charla entre mate y viola con mi amigo Tito.
Marcelo Fébula. Agosto de 2007.
Donde dobló el gaucho
–¿Qué clase de gente
era? Te pregunto porque a veces estas anécdotas vienen de tipos medio
bolaceros, o de gente que se julepea fácil.
–No, éstos eran tres
atorrantes de Soldati, amigos míos del barrio y del boliche: “Firpo” Ordóñez,
“Bilín” Balbuena y Ernesto Curti. Laburaban con el papel, compraban en el
centro y vendían en los galpones que estaban cerca de la Quema , donde ahora está el
Parque Roca. No eran de bolacear, y se movían en un ambiente bastante espeso.
Había mucha competencia en la buena ciruja, entonces a veces andaban calzados. Pero muy
buena gente. Lo único que no compartíamos era el asunto de los pájaros. Para mí
es algo muy triste eso de decirse enamorados del canto de estos bichos y salir
a cazarlos poniendo tramperas o pegamento para tenerlos en una jaulita hasta
que se mueren. Los tres arrancaban todos los fines de semana para algún rincón
de la provincia de Buenos Aires. Esto que te cuento les pasó en Las Flores, y
es una experiencia que van a recordar mientras vivan.
–Los tres a Las Flores
con todo el equipo para cazar pajaritos.
–Sí, era verano,
eligieron pasar la noche al reparo de una cina-cina enorme, que formaba una galería a partir del alambrado con postes
de madera que estaba paralelo a las vías del ferrocarril. En ese refugio habían
preparado el asado, cuando me lo contaron recordaban que desde el pueblo les
llegaban los ecos de algún club bailable, serían alrededor de las doce de la
noche. De pronto, a lo lejos, ven aproximarse por el camino de tierra un gaucho
de a caballo, al galope largo y cantando una melodía. Ahora que lo pienso bien
podía haber sido un estilo criollo. Firpo, el mayor de
los tres, les dijo a los otros dos: –Che,
quédense en el molde, no le pasen bola, ni lo miren. Tratemos que siga de
largo, si entablamos conversación, en fin, no lo conocemos, por ahí hasta se
sienta a comer.
–Desconfiado el
hombre.
–Muy desconfiado.
Pero el gaucho pasó frente a ellos cantando, sin detenerse. Lo siguieron con la
vista y notaron que dobló más o menos a una cuadra del lugar donde estaban. Por
un rato siguieron escuchando el retumbar de cascos sobre el camino y el canto
lejano.
–Una
postal del campo.
–Bueno, cuando clarea
el día, después de matear, se ponen a colocar las tramperas esperando que caiga
algún pajarito y empiezan a laburar con las jaulas que ya tenían ocupadas:
limpiarlas, ponerles agua y alpiste, esas cosas. Tenían un montón y las iban
ubicando a cierta distancia una de otra. De repente Firpo le dice a Bilín: –Nos estamos amontonando mucho, poné las
tuyas un poco más lejos.
–Dónde querés que las ponga? –le preguntó el otro.
–Por allá, por donde dobló el gaucho anoche –le dijo Firpo.
–Bilín caminó unos
cuantos metros con las jaulas y se dio vuelta. –¡Che! ¡Acá no hay ningún camino!
–¡Caminá más, dobló como a cien metros! –le contestaron haciéndole señas.
–Cuando estaba más o
menos a una cuadra les vuelve a pegar el grito. Firpo y Ernesto, medio
fastidiados, dejan las jaulas y caminan hasta donde estaba Bilín. Llegan junto
a él y notan que tenía razón, por ahí no había ninguna calle. Siguieron
caminando los tres, revisando el alambre trenzado con ramas de cina-cina en
busca de la calle lateral. Nada. A las tres cuadras desistieron, el camino seguía
encajonado hasta el horizonte.
–Qué lo parió… ¿Y qué
hicieron?
–Juntaron todo y
emprendieron la retirada. Cuando me lo contaron no tenían ningún problema en
reconocer que se habían cagado en las patas. Ellos creen que fueron testigos de
una de esas apariciones misteriosas que suele referir la gente del campo. Me
parece que después de esa vez no volvieron más por el lado de Las Flores.
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–El día que me
contaste la anécdota recuerdo que a la noche se la conté a mi vieja, esperando
que se asombrara tanto como yo. Pero ni mosqueó y me dijo –Ah, era el gaucho Santos Vega.
–Claro, si tu abuelo
era hombre de a caballo la historia no la habrá sorprendido.
–Bueno, ahí yo me
pongo a buscar cosas tratando de refrescar un poco la memoria, porque de Martín
Fierro sé algo pero de Santos Vega o Don Segundo Sombra casi
nada.
–Parece que vivieron
los dos, Santos Vega por el lado del Tuyú y Don Segundo en San Antonio de
Areco, donde era domador en los campos de la familia Guiraldes.
–Acá tengo algunos
apuntes: Santos Vega fue un gaucho argentino que vivió alrededor de 1830, del
cual se desconoce prácticamente todo, excepto que dio origen a una leyenda en
la cual, payador invencible, termina cayendo derrotado nada menos que ante el Diablo en la persona de Juan sin Ropa, el único que lo
podía vencer. Después de esa derrota nunca más se lo vio ni se escuchó su voz;
aunque se afirma que en las noches serenas, emponchado y triste, al paso
cansado de su caballo y con su guitarra a la espalda, cruza como una sombra la
pampa callada. El mito dice también que está enterrado en tierras de San Clemente del Tuyú, en la provincia de Buenos Aires. Bartolomé Mitre fue el primero que se
inspiró en la leyenda, escribiendo una poesía sobre ella. Luego Hilario Ascasubi escribió "Santos Vega
o los Mellizos de la Flor ",
largo poema en el que el payador desempeña el papel de narrador. Poco después, Eduardo Gutiérrez contó a la manera de un folletín la historia
de Santos Vega y su amigo Carmona, perseguidos por la justicia. Finalmente, Rafael Obligado, tras leer la obra de
Gutiérrez, concibió su inmortal poema "Santos Vega", una de las obras
cumbres de la literatura argentina.
–El que nos da su
punto de vista de la historia es El Hombre cuando canta La
Pena del Payador. Es un vals criollo con una descripción del
paisaje magistral, letra de Eduardo Escaris Méndez y
música de José y Luis Servidio.
Carlos Gardel con las
guitarras de Guillermo Desiderio Barbieri, José María Aguilar y Angel Domingo
Riverol.
Marcelo Fébula
Nota originalmente
publicada en TAG - Todo a Ganador.
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