Stud Pobre
Frente al magnífico stud de cincuenta boxes cuya
fachada hace sombra hasta la otra acera, el viejo stud del viejo don Pedro
aguanta, quién sabe cómo, sobre el suelo, las miserias de sus paredes
agrietadas y ruinosas. Tapera casi, el frente ha perdido el revoque y argamasa
mostrando el ladrillo carcomido como muestra una osamenta las costillas
peladas.
Adentro,
la incuria que acompaña casi siempre a la pobreza: arreos resecos por la
intemperie, botines rotos colgados de un clavo, gallinas que picotean y van
sembrando el patio con abono de vivos colores. Los boxes, todos de madera, hace
años que aguardan la mano del pintor y del carpintero: hendijas que parecen
boquetes dan salida al olor fuerte del estiércol que al juntarse con el acre
del orín obligan al visitante a apretarse las narices y el gorro. ¿Dije
visitantes? ¡Diánde!, como dice Don Pedro. ¿Quién va a visitar al pobre stud
donde no relincha más que un tungo valetudinario y una potranca de 1.200
mangangases? Mejor así. De este modo la miseria no tiene ocasión de
avergonzarse, y la vieja Isidora, la patrona, puede lavar sus cacharpas
tranquila. Los dos peones que constituyen el estado mayor y el menor del stud,
están al unísono con el ambiente: uno, el loco Benito, es un ente de pinta
miserable, cuya idiotez primitiva se ha ido acentuando gracias al alcohol del
bolichero; el otro, Piojito, es un tape sordo como un millonario, y bruto como
un cafre. En ninguna parte darían entrada a peones como esos; sólo un stud
donde la plata entra en monedas de cobre puede dar albergue a tales acémilas,
pero… don Pedro no puede con todo el trabajo y se ahorca con la soga que
encuentra. Lo más triste de todo, es el contraste brutal de esta miseria
trágica con la abundancia que rebosa en el palacio de enfrente, cuyos peones
salen a la puerta endomingados “como dotores”, al decir de Isidora. Cuando
entra pasto al stud rico, los del stud pobre cierran la puerta para que el olor
no enloquezca a la yunta mal comida, que mordisquean las maderas de las
puertas, verdes años atrás.
Yo
voy de cuando en cuando a dar un poco de charla al viejo Pedro y a chupetear el
mate flojón que ceba doña Isidora. Los pobres deben juntarse al hacer
campamento. También hay de por medio otra cosa, pero… de ojo, no más, y la otra
cosa es Sandalia, la hija de los viejos, quien, a pesar de su pedestre nombre
tiene unos ojos que están pidiendo una zamba, y unos encuentros como para
perderse… ¡Cha que Sandalia para un pie defectuoso como el mío!
Don
Pedro me ve llegar sobrándome.
-¿Qué
andará haciendo el gurí por estos ranchos? ¿Viene a que le dé una fija de la
casa?
-No viejo, vengoa
prosiar, nomás.
-Dentre entonces, y péguele un chiflido a la vieja pa
que ensille un amargo.
-Debe estar ocupada en el fondo. ¿Es lo mismo si le
chiflo a Sandalia?
-Chiflá cuando te pierdas y dejá quieta a la piba. Ch’Isidora…
arrímate un cimarrón pal diarero. Sentate gurí, sentate.
Me
siento y la vamos de cigarrillos hasta que llegue el verdolín. Don Pedro se
rasca y me mira.
-Y qué tal esos papeles? ¿Se macanea mucho? ¡Vean los
mozos qu’escriben de carreras! No saben ni ande están los cuadriles y la
firuletean de pluma sobre los diarios hablando de caballos. ¡Ah, mis tiempos!,
entonces no había macanitas d’esas que se usan ahora, ni alcahucilerías de
aprontes, ni partidas al por mayor, y cuando un crioyo se tiraba a la pileta,
cobraba treinta o cuarenta por billete: aura ustedes arruinan a uno el negocio
a puro apronte fayuto.
Yo le largo una púa para hacerlo corcovear.
-¿Le han destapado algún crack, don Pedro?
Él manya la cachada pero no se enoja.
-Ráite nomás, ráite, que el mejor día vas a yorar… A
mí no me duelen los picotazos de poyo, y ya sé que mis cabayos no dan trabajo a
los relojes, pero… algún día habrá pasteles.
-¿Convidará, supongo?
-Con chicharrones, y si tráis el chancho: de no, no
podés limpiarte qu’estás de guevo. ¿Por qué no te vas ahí enfrente que siempre
están de comilona?
-Porque yo vengo a amarguear con un criollo, y no
quiero saber nada con los cocktails, don Pedro.
-¡Ah, sí! ¿No te gustan los menjurges regolvidos en
cacerola? Entonces sos de los míos. Che Sandalia, tráite la caña orientala.
Viene
la caña, viene Sandalia, y viene la javie atrás con el mate ¡que siempre han de
andar juntos lo amargo con lo dulce! Don Pedro se templa con un trago y sigue:
-Mirá gurí, nosotros los viejos compositores crioyos
estamos de capa caída, aura que dentran a tayar los mozos nuevos, con escuela
de Inglaterra y venenos en la ración; pero no importa: día ha de yegar en que
se apague la luz eléctrica y no alumbre más que el candil: entonces van a ver a
este viejo Pedro, a quien hoy nadie da boliya, convertido en estrella también
yo, y ganar carreras, y andar en coche, y poner plata en el banco…
Afuera
llaman
-Andá
a ver Ch’Isidora: me parece que han golpiao.
Sale la vieja y vuelve con cara triste.
-Otra vez la cuenta del pastero.
Don Pedro agacha la testa, se la rasca y dice:
-Ahí tenés cómo me apagan la vela: cuide uno y no dé
de comer y gane con mancarrones hambrientos… Decile que guelva el domingo.
-Piensa rebuscarse el 24, don Pedro?
-¡Como pa eso! Voy a ver si vendiendo los aritos de
Sandalia…
Y yo me pongo colorado porque los aritos se los regalé
yo… y valen 7,40.
Relato del libro “A Rienda Suelta” (1925) de Last
Reason (Máximo Sáenz).
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