viernes, 31 de octubre de 2014

Plumas Burreras: Pacto de Silencio


Mi viejo venía muy mal. Su salud cedía día a día y para ese entonces era una sombra de lo que solía ser.

Aquella tarde presencié una durísima discusión entre mis padres. Mi madre se quejaba a viva voz:

-No me deja gastar un peso para nada y dice que va a caminar y se va a las carreras y pierde toda la jubilación. Me tiene podrida.

El viejo refunfuñaba pero no abría la boca.

Era algo extraño porque yo ya peinaba cuarenta y pico y no le conocía un pasado burrero. De hecho ellos tampoco sabían del mío.


Me volví a casa en medio de un clima sumamente denso y a la mañana siguiente llamé a mamá:

-Quedate tranquila. Hoy lo paso a buscar con la excusa de charlar un rato y le lavo la cabeza.

A eso de las 16, el viejo estaba listo y, con cara de no me vas a romper las pelotas vos también, se subió al auto.

-¿Me abrís la guantera? -Le dije.

Lo hizo y cuando vió la Rosa no pudo evitar el gesto de sorpresa.

Simplemente le hice un guiño y recorrimos las quince cuadras que separan a Palermo de su departamento en absoluto silencio.

Llegamos para la cuarta y nos acomodamos en los escalones del Paddock. Abrí  la revista y pregunté: 

-¿Qué te gusta?

Me quedo claro que había pispeado La Nación con el desayuno porque tardó menos de diez segundos en devolver:

- El ocho.

Le dimos y vino por varios a 1.90. Cuando lo miré para felicitarlo tenía la cabeza adentro de la revista estudiando la que seguía. 

Así estuvo por algunos minutos hasta que me preguntó: 

- ¿Que te gusta? 

- El favorito, respondí.

- No puede ganar. Gana Falero.

Papá a esta altura lucía renovado. Hasta se sentaba más derecho. Por supuesto fichamos a Fafa y en un final ajustado (no recuerdo si fue cabeza o medio pescuezo) nos volvió a llevar a las de cobro a tres y pico mientras el fierro con el Corto entraba NP.

¿Qué te puedo decir? Yo lo veía feliz y estaba feliz, pero no dio mucho lugar para los festejos porque enseguida volvió a sumergirse en la Rosa.

Al rato volvió a mirarme pero cuando yo estaba listo para decirle cual me gustaba simplemente ordenó:

- Traeme un cortado. Sin azúcar.

Obedecí, claro. Subí las escaleras con el café en la mano y en cuanto le estiré el brazo volvió a mandar:

- Dejalo ahí y andá rápido a jugarle todo al de Karamanos. 

-¿Cuál es?

- El uno.

Me di vuelta para mirar la pizarra y cantaba once pesos. Encima largada uno en 1.000 metros. 

Está en pedo, pensé.

-¿Todo? Pregunté con timidez 

Me fulminó con la mirada. Y bueh. No me iba a poner en ortiba. Todo a Karamanos. 

“¡Largaron!- Sale a hacer la delantera por el lado interior de la pista el competidor nro 1… - Faltando trescientos metros para el disco el uno estira ventajas sobre el 10 y el ocho…”

Y ahí lo ví a Karamanos con varios tranvías adelante pero pegando como si fuese a perder en el disco. Pagó casi ocho pesos. 

Yo sabía qué hacer. Si tirarme de panza por las escaleras o llevar en andas a mi viejo. Eso sí. Debía estar dando un espectáculo penoso porque papá me retó: 

- ¡Tranquilizate! ¡Parecés un loco! -Y unos segundos después –En esta no jugamos.

Yo me enloquecí más. ¡Pero cómo no iba a jugar si estaba encendido!

-¿No te gusta el 7? -Intenté.

-No. Quietos. -Respondió.

Sentí  ganas de cagarme de risa pero la verdad que no me animé. Algo había en ese hombre sabio que había conocido aquella tarde.

En la octava quiso ir a la redonda.

- ¡Que linda está la del Firmamento! me codeó.

La carrera era 1400 metros, categoría intermedia y a la de la gaviota la corría Luciano De La Cal. Imaginate la tabulada.

Yo ya no cuestionaba más nada. Daba unos siete mangos.

“- ¿Cuanto le juego?” –Le consulté.

“- Guardate 200”. -Me dijo

Mientras hacía la cola para fichar para mí la figura de De La Cal se iba agigantando hasta opacar la de Leguisamo.

Faltaban 400 y al 9 ni lo nombraban.

-Cagamos. Dije mas o menos audible.

“¡Carga fuerte por el lado exterior de la pista el número nueveee! “ “Cincuenta metros finaleeess. El nueve domina al cincooo. ¡Y cruzaron el discoooo!”

Lloré. Lo abracé y lloré. ¡Y cómo lloré! Te lo confieso hermano. 

Imaginate. Toda la vida me metieron en el bocho que Dios no interviene en el juego y a mí, justamente a mí,  El Barba aquella tarde me estaba acompañando nada menos que con mi viejo y en las carreras.

Cuando volví de cobrar le pregunté ansioso:

- ¿Que jugamos?

- Vamos mejor. Estoy un poco cansado. 

Me preocupé un poco y enfilamos para la salida.

-Tuvimos suerte. –Dijo en el camino.

El pacto de silencio estaba sellado. 

Cuando entramos al departamento pico en punta rumbo al sillón y mientras se desplomaba mi vieja me miró levantando las cejas y cabeceando hacia adelante como diciendo ¿Y?

-Hablamos un montón. –Le dije. –Seguro que entendió.

A los tres días lo internaron y ya no volvió a salir. Al mes cruzó el disco y seguramente en la redonda El Barba lo recibió emocionado. Como se recibe a los cracks. 

Lopecito

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