domingo, 5 de octubre de 2014

"LO QUE LE PASÓ A ABELARDO", por Ernesto Luis Quirolo


     Lo que voy a contar es una fábula o cuento que alguna vez escuché, lo adorné un poco con nombres y otros detalles. Al final del relato tal vez nos quede la sensación que pudo ser cierto.

Eran cuatro amigos que se reunían en la parte alta de la tribuna popular de Palermo , esa tribuna de escalones anchos, en donde se encontraban enclavados bancos similares a los que se podían  ver en las plazas, de madera pintada de verde, con respaldos arqueados y bases de hierro forjado.

José, Abelardo, Víctor y Anselmo, eran amigos de las carreras, de verse en el mismo lugar del hipódromo desde hacia varios años,  ninguno sabía mucho acerca de los otros, excepto el barrio donde vivían y alguno que otro dato, pero no mas que eso.

Esa tarde cuando salían al paseo de la 5ta carrera, Abelardo dijo: “Ese, el 8, me gusta ese”. El caballo tenía antecedentes muy pobres, con algunas carreras corridas, apenas si había tenido marcador en alguna de ellas, y además iba con un jockey aprendiz. Pero, cuando a un burrero se le mete en la cabeza un caballo, no hay nada que hacer, el hombre lo va a fichar aunque salga rengo a la pista. 

Abelardo bajo de la tribuna y se metió en la ventanilla del 8, que dada su escasa chance tenia asignada una sola ventana.

            Regresó a la tribuna y sus amigos le preguntaron si finalmente se había quedado con el 8. “Si, no me cambié, le jugué 500 ganadores”, dijo Abelardo mostrando una pilita de boletos.

            Cuando pusieron la boleteada en las pizarras,  el cálculo daba que el 8 pagaba más de 60 pesos a ganador, eran tiempos en que todavía no habían aparecido los totalizadores, así que había que hacer la cuenta.

            Largaron y en el tramo final el 8 se trenzó  con el favorito, el numero 2, en un palpitante cabeza a cabeza, cruzaron el disco sin sacarse ventajas. Abelardo estaba pálido, no se había atrevido ni a gritar. Sus  amigos y gente que allí estaba, decían cosas tales como,   gano el de adentro, o para mi es empate, y así. Abelardo no escuchaba a nadie, permanecía inmóvil, con la mirada puesta en el  marcador. Subieron la verde y después de algunos minutos vino el fallo. El 8 había perdido por el hocico. Abelardo pasó del color pálido al rojo, enfurecido  y maldiciendo su suerte, rompió en  mil pedazos los boletos que tenia en su mano, ante la mirada de sus amigos que guardaban un piadoso silencio, y desapareció.

            El asunto es que cuando Abelardo se fue rajando,  malhumorado y con la rabia desfigurando su rostro, no habían bajado la colorada  todavía, y al cabo de unos minutos subieron la amarilla, y pasó lo inevitable en estos casos,  lo bajaron al 2 y pusieron la chapa del 8, que devolvió 62 pesos por cada dos apostados.

Los tres amigos se miraron unos a otros, pensaron en la cara que iba a poner Abelardo cuando leyera los resultados en el diario. En eso estaban cuando apareció Abelardo, desencajado, transpirando, y sin decir una palabra se arrojó debajo de los bancos a juntar todo papelito que encontrara, con la esperanza  de restaurar sus boletos. Pero, reconstruir su jugada, a partir de un montón de papelitos rotos desparramados por todos lados, era tarea imposible.  Cuando Abelardo lo comprendió, se fue sin ni siquiera, saludar  a sus amigos.

A la reunión siguiente Abelardo no apareció. No  llamó demasiado la atención, tal vez no había podido ir al hipódromo por algún asunto de familia o algo así. Pero al cabo de tres o cuatro reuniones sin aparecer, sus amigos empezaron a preocuparse. Víctor, el mas joven del cuarteto bromeó “Che, no se habrá baleado en un rincón este?”.  No digas disparates”  lo cruzó José.

            Anselmo, el más veterano del grupo, se ofreció para rastrearlo. Solo sabían que vivía en el barrio de Floresta, cerca de la cancha de All Boys.

            Así fue que Anselmo se llegó un día hasta el  barrio de Floresta, por los alrededores de la cancha de All Boys. No sabía por donde empezar, entonces pensó que los bares o cafés de la zona eran un buen punto de partida, un tipo que juega a las carreras es casi seguro que frecuenta algún boliche. Comenzó a recorrer la Avda. Alvarez Jonte y al llegar a Segurola encontró el primer café, de nombre Febo, entró, se dirigió al mostrador y le preguntó al que atendía si por el lugar  solía venir un muchacho de nombre Abelardo. No tuvo suerte, por ahí no conocían a nadie con ese nombre.

            Después de recorrer  dos o tres bares, y  a punto de abandonar la búsqueda, encontró  un local chiquito, sobre la calle Lascano, que no tenía  pinta de ser refugio de burreros u otras yerbas, pero ya que estaba, entró. En una mesa tres parroquianos conversaban animadamente, mientras que en otra un hombre mayor leía el diario. Encaró al mozo que atendía las mesas: “Disculpe, no sabe si por aquí suele venir un muchacho de nombre Abelardo”, El mosaico  lo miró, lo midió de arriba a abajo, con aire  desconfiado y señalándole la mesa donde estaban  los tres tipos, le dijo “Pregunte ahí  Gracias” dijo Anselmo  y se mandó a la mesa donde el trío conversaba.

            Disculpen, ustedes conocen a un muchacho de nombre Abelardo, que vive por el barrio”  Y dio en la tecla. “Si,- dijo uno -, solía venir por aquí, pero ahora hace mucho que no lo vemos”.  Esta internado” acotó otro. “¿Como internado?”, “Si, en un instituto psiquiátrico” completó el informante. Anselmo  no sabia que decir, por fin se animó a preguntar si sabían el nombre del  instituto y la dirección. “Mire, nosotros no sabemos nada, saliendo de aquí a la derecha, en la otra cuadra, en una casa de puerta pintada de verde, ahí vive Abelardo “

            Anselmo dio las gracias, salio a la calle y enfiló  en la dirección indicada, cuando estuvo frente a la casa que le habían descripto, dudo unos instantes,  tocó el timbre y esperó, Una mujer, con el cansancio reflejado en su rostro, en el que  se notaban los años y las penas, salió a atenderlo “Señor?” – Disculpe la molestia pero soy amigo de Abelardo y quisiera saber algo de él – La mujer lo miró, no sin recelo y le dijo “Mi hijo esta internado en un instituto”, - Ah,  y podría darme la dirección?”  La mujer entró en la casa y luego de unos minutos regresó con un papelito escrito y sin decir  palabra,  se lo puso en la mano a Anselmo, y cerró la puerta.

A la reunión siguiente les comunicó a sus amigos los resultados de su búsqueda y los tres coincidieron en que irían a visitarlo el sábado.

Llegaron al instituto,  atravesaron el parque arbolado  que rodeaba el edificio principal y una vez en el, se dirigieron a una oficina que parecía de informes. Una mujer vestida con uniforme de enfermera los atendió y a ella le preguntaron por Abelardo. “Esperen un momento, por favor” dijo la empleada. Salió por una puerta lateral, y volvió a los pocos minutos “Abelardo esta en el parque, es su hora de recreo”. Dieron las gracias y salieron.

Comenzaron a caminar por el parque  y reconocieron a Abelardo sentado en un banco, leyendo un libro y a su lado, un fornido enfermero.  Cuando los vio, su rostro reflejó cierta sorpresa, pero enseguida los abrazó uno por uno, y contento les dijo “Que hacen por aquí, que alegría verlos, vengan siéntense”. Conversaron un rato, pero de carreras ni una palabra. El  enfermero les anuncia  que terminaba el horario de visitas y que debían retirarse. Se despidieron de Abelardo prometiéndole que el sábado siguiente vendrían más temprano para poder charlar tranquilos.

            Mientras caminaban hacia la salida los tres tenían el mismo pensamiento. No se entendía porque el amigo estaba ahí, lo encontraron leyendo tranquilamente un libro y en la breve charla que mantuvieron no revelaba desequilibrios que justificaran su estadía en ese lugar  y mucho menos con un enfermero al lado.  Hasta llegaron a considerar hacer algo para sacarlo de allí.

            El sábado siguiente repitieron la visita, pero esta vez, avisados de los horarios, fueron temprano, Encontraron a Abelardo leyendo como la primera vez  y con la custodia a su lado. Se acercaron y luego de los saludos se pusieron a charlar, Abelardo les contaba acerca del libro que estaba leyendo  y todo su desenvolvimiento era de una persona normal, lo cual asombraba aun más a sus amigos.

            En el medio de la conversación José dijo ”Che, Abelardo, te acordas el día que rompiste los boletos en Palermo y tu caballo había ganado por distanciamiento a 62 pesos” No terminó de decirlo, y Abelardo se transformó, empezó a chillar y se arrojó debajo del banco, y con sus uñas rascaba la tierra mientras gritaba “¡¡Mis boletos!!, ¡¡¿Dónde están mis boletos?!!”. Inmediatamente el enfermero que lo vigilaba  lo agarrò de los brazos con mucho esfuerzo, y mientras  se lo llevaba, alcanzó a decirles “Cada vez que le hablan de carreras, le vienen estos ataques”.

Telón.

Moraleja: “Domina tus impulsos y nunca rompas los boletos antes que bajen la colorada  y confirmen el marcador, no sea cosa que te pase lo que a Abelardo”

Ernesto Luis Quirolo

No hay comentarios:

Publicar un comentario